14 octubre 2009

Cuchara-das de miel

Todos hemos sentido alguna vez la necesidad de recurrir a las palabras de un sabio o de tener algún referente ante las dudas que surgen en la vida. El mío era un hombre que predicaba con el ejemplo. Rara vez me dio un consejo, aunque en muchas ocasiones trató de enseñarme a observar. Pero aquel día no estaban mis ojos predispuestos a la escucha, así que rompió su silencio conmigo.

─Se consigue mucho más con una cucharada de miel que con un tarro de hiel ─me dijo durante una tertulia de sábado, al ver mi gesto enfadado porque yo tenía que fregar los platos y mis hermanos no.

─Eso es algo obvio ─contesté─. Ya sé que se consigue más con un halago, aunque sea falso.

─No, no. Eso es halagar a los que no quieres en beneficio de tus intereses. Es fácil y poco honesto ─insistió mi padre─. Aunque no me estoy refiriendo a eso.

─¿A qué te refieres entonces? 

Ésa fue la última pregunta que le hice en relación al asunto, mientras le preparaba en la mesa su coñac sin hielo y en copa de balón, y con esa cara de poca credibilidad que sólo una hija  se atreve a mostrar a un padre, porque sabe que es el único hombre que se lo va a permitir y a perdonar. Después me fui a la cocina para terminar con mis tareas domésticas. 

Regresé al salón al cabo de media hora  ─todavía con el gesto contrariado─ y me senté en el sofá. Entonces él contestó a mi pregunta.

─En esta vida te sentirás muchas veces herida, agraviada, o injustamente tratada y la provocación llamará a tu puerta. Nos sentimos así ante las personas que nos importan y que nos quieren. Sucede que si alguien nos da igual, sus insultos también resbalan sobre nuestro ego. Al menos una vez al día sentirás ese dolor con tu hermano, con tu madre o conmigo, y cuando encuentres el amor, te ocurrirá todos los días. Ante eso, nunca demuestres con grandes discursos la razón de su agravio. Nunca grabes a fuego con tu locuacidad y cínicas palabra el error cometido. Un solo tarro de hiel, por más verdad que sea, es capaz de arrasar con todo. 

─Lo comprendo totalmente y sé que llevas razón. Pero mis hermanos no friegan ─insistí, porque era y sigo siendo así de terca.

─Llegará el día en que te morirás de ganas de estar cerca de tu hermano y comer con él, y quizá no puedas. Entonces serías capaz de lavar mil platos pensando en que alguno de ellos apareciera ─me dijo con cara de tristeza y después se durmió un rato.

Y ahora que mi referente ya no está, y que sólo me quedan sus  huellas y su recuerdo, y el amor que tengo por sus hijos, levanto mi cuchara de miel por ti, para agradecerte que son mis hermanos los que se acercan para comer hoy conmigo, y hasta se pelean entre ellos para fregar mi plato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario